Por más que me esfuerce, no logro recordar nada de lo que
pasó ese día. Recuerdo que estaba algo nublado y que la muchacha que nos
atendió disfrazaba pobremente el mal genio que tenía. No acostumbro a tomar
nada en ese sitio que no sea el té frío, porque puedo ver con mis propios ojos
cómo lo sacan de ese recipiente gigante y me lo dan en la mano; no creo que
vayan a envenenar a todos sus clientes, aunque nunca se sabe de qué humor
amanece la gente.
Ese día
Darío me había invitado. No encontraba la manera de decirle que no, ¡Qué
repulsión, ver a otra persona comiendo! Muchos amigos tuve que se marcharon de
mi vida sólo porque les rechacé una invitación a algún restaurant; sólo Darío
entendía que Humero era el único que cumplía mis requisitos y era la única
persona que no me daba asco verla comer, sabía medirse. Esa vez él insistía en
que tomara de su café, que estaba delicioso, que ya entendía por qué me gustaba
comer en ese sitio y un montón de excusas para que pusiese mi boca en el borde
de su taza. ¡Qué repulsión! Además de muchas de las cosas que no tolero en la
vida, él viene a obligar a tocar su taza. ¡Ni siquiera sé donde vive! Darío
entendió mi actitud y al parecer estaba bromeando porque dijo algo como que yo
no sabía qué hacía y alejó su comida de mí.
A veces
me da miedo quedarme sin amigos, por eso elijo a aquellos que sepan comer
mejor. No puedo soportar pensar que toda esa comida puede terminar en mi cara
o, peor, en mis manos o en mi ropa. Me esfuerzo todos los días por lavar esta
camisa sin desgastarla como para que un idiota que no sé donde vive venga a
ensuciármela. Al menos he visto la casa de este idiota que tengo por amigo y
jamás he visto ni una sola partícula de lo que esté masticando. Tal vez deba
ser amigo de alguna modelo. Ellas no comen nada y he visto que muchas viven
todas juntas. No sé porqué no lo he pensado antes. No, mejor no, a veces son
bulímicas y eso sí que no lo puedo tolerar. ¡Qué repulsión!
Ese día
pude ver que había una mesera nueva. Era muy bonita. Tenía la piel de caramelo,
los ojos almibarados y la sonrisa más terrenal que he visto. Darío dice que
estoy enamorado y le creo porque quiero saber donde vive.
No me
importó que la cejuda de mal genio me hubiese atendido primero, sólo le quería
hablar a la chica untada de arequipe que relucía tanto desde el otro extremo
del local, así que la llamé para ordenar algo. Desde ahí no supe que pasó. Dice
Darío que quedé embobado por el whiskey que pedí pero todavía me pregunto por
qué no recuerdo nada después de haberla llamado. También dice que me vetaron de
ese lugar porque busqué sentarla en mis piernas mientras le preguntaba su
nombre, qué hacía en la vida y todas esas idioteces que hace la gente cuando se
conoce.
Me
encantaría acordarme de lo que pasó. Ahora tengo que buscar otro sitio donde
comer y, de nuevo, tomarme la molestia de seguir a todos los empleados hasta
sus casas después de que cierren. Dirán que soy maniático, pero necesito saber
qué clase de personas me sirven lo que estoy comiendo.
20 de abril de 2013, 6:19
Excelente... el amor emboba hasta al maniatico más repulsivo... saludos y éxitos Eligreg.