Huesped


           Le gustaba mirar las cosas: Las examinaba de cabo a rabo, deteniéndose en cada detalle que podía. Marta conocía muy bien sus costumbres, así que lo dejaba mirar todo lo que él quería. Su apocalipsis llegó el día que decidió que vería el mar.            Bruno no era precisamente romántico, así que era más fácil matar dos pájaros de un solo tiro. Las olas, la arena, el viento, el cielo parcialmente nublado. El ambiente no pudo estar mejor para dar un paseo con Marta por la orilla ni siquiera para que un grano de arena, un solo grano de arena decidiera hacer del ojo derecho de Bruno su cama.            Era un enorme fastidio, como es de suponer, pero aún le quedaba su ojo izquierdo. Todo lo que podía ver con el derecho era una gran casa de arena cerca, demasiado cerca. Marta intentó quitárselo pero nunca logró ver nada en el ojo derecho de Bruno. ¿Desesperante? Sí, ya me lo imagino. Con infinitas historias en la cabeza sobre los delfines que se ven en la orilla y Bruno seguía con su grano de arena construyendo un muro en su ojo y Marta intentando derribarlo.             No querían irse a casa, el grano de arena debía salir del ojo alquilado. Bruno ya no podía aguantar la ansiedad de no escarbar con la vista, la angustia era demasiada, todas las cintas métricas de todas las casas de la orilla no hubiesen podido medirla.             Bruno se había olvidado de un pequeño detalle. Marta acostumbraba a llevar las uñas largas, siempre muy largas pero ya era demasiado tarde cuando las vislumbró con el ojo izquierdo, muy cerca de su cara.

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