Una historia que me ví en la necesidad de contar.

Trance Vehicular

Jamás el hedor de la humedad había adquirido una cualidad tan dulce. Él siempre se sentaba junto a la ventana, en la segunda fila de puestos del bus de la cinco. Ella no pensó volverlo a ver nunca más, sin embargo pensó que esto era un desafortunado giro de acontecimientos.

Al compartir el espacio personal en los buses, pocas veces se forman lazos tan perdurables como los que su imaginación ató en el anterior viaje, donde él, con el calor particular que expedía su cuerpo y la mirada inconstante, viajaba en el anárquico vehículo de vuelta a casa.

Solo los permisos pedidos y concedidos eran la oración que imploraba la presencia del lenguaje, pero aún así ella lo podía leer, podía inferir en el gesto de sus manos una palabra, podía imaginar qué haría luego de bajarse siempre en la misma intransitable parada que le escindía las presencias. Sabía que verle cada día en el bus de las cinco era el título de la recopilación de cuentos que, sin sentido aparente, había acumulado en sus cinco sentidos. Sí, eso era él, un titulo, un hermético y fugaz título que resonaba con los beats que preñaban sus venas llenas de sensaciones.

Con frecuencia se preguntaba si debía alguna vez bajarse en la misma parada que él, pese a saber de antemano que quizás eso signifique cerrar el libro y hojear una biografía alternativa publicada por alguna editorial anónima; en su mente ya había repasado esa historia miles de veces.

Todo este trance se rompió abruptamente cuando la última página del libro trajo sus ojos, que la escudriñaron profundamente. Conociendo su destino, conociendo su parada, fluyeron en un espasmo de caos y se vertieron en la hora en la que el bus se detuvo para anunciar la última parada. Con toda la intención, tomaron la ruta de regreso y decidieron releerse el uno al otro, en un trance vehicular.

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