Le gustaba mirar las cosas: Las examinaba de cabo a rabo, deteniéndose en cada detalle que podía. Marta conocía muy bien sus costumbres, así que lo dejaba mirar todo lo que él quería. Su apocalipsis llegó el día que decidió que vería el mar. Bruno no era precisamente romántico, así que era más fácil matar dos pájaros de un solo tiro. Las olas, la arena, el viento, el cielo parcialmente nublado. El ambiente no pudo estar mejor para dar un paseo con Marta por la orilla ni siquiera para que un grano de arena, un solo grano de arena decidiera hacer del ojo derecho de Bruno su cama. Era un enorme fastidio, como es de suponer, pero aún le quedaba su ojo izquierdo. Todo lo que podía ver con el derecho era una gran casa de arena cerca, demasiado cerca. Marta intentó quitárselo pero nunca logró ver nada en el ojo derecho de Bruno. ¿Desesperante? Sí, ya me lo imagino. Con infinitas historias en la cabeza sobre los delfines que se ven en la orilla y Bruno seguía con su grano de arena construyendo un muro en su ojo y Marta intentando derribarlo. No querían irse a casa, el grano de arena debía salir del ojo alquilado. Bruno ya no podía aguantar la ansiedad de no escarbar con la vista, la angustia era demasiada, todas las cintas métricas de todas las casas de la orilla no hubiesen podido medirla. Bruno se había olvidado de un pequeño detalle. Marta acostumbraba a llevar las uñas largas, siempre muy largas pero ya era demasiado tarde cuando las vislumbró con el ojo izquierdo, muy cerca de su cara.
“Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente.”
Rafael Cadenas
Leer literatura en estos tiempos tan rápidos y mercantilistas no resulta difícil, hay libros por doquier gracias a las casas editoriales que necesitan poner a producir su capital y a los escritores que entregan historias a los lectores con tal de tener una vida cómoda, al menos. Leer poesía es un privilegio de algunos, entonces. Los poemarios que circulan las calles no son muy comunes y si se buscan sus lectores, son más escasos aún. Parece mentira que un género tan divino como lo es la poesía se escurra sólo entre unos cuantos.
A veces yo también incurro entre los que caminan entre calles llenas de poemarios sin leer sin darnos cuenta. Detenerse a oler las flores no es un requerimiento que nos lleve a ganar más dinero o a hacer las cosas más rápido, pero, aunque suene cursi, para el alma si lo es. De eso me olvido y mi estante de libros me ayuda a recordarlo. No camino diariamente por ningún campo de flores, ni siquiera un jardín con flores para oler, pero Rafael Cadenas siempre pone a mi disposición algunas palabras que se asemejen a algún olor que me levante del piso.
Tomar alguno de sus poemas es despegarse un momento de la realidad mirándola a los ojos. Espero profundamente que ese haya sido uno de sus propósitos al escribir, sé que es así, de lo contrario me sentiría violentada. Es un viaje cósmico, sí, casi involuntario, una mirada de reojo a lo que somos, desde lejos. Con razón su voz se siente extranjera, sus palabras parecen de otro lugar, de otras latitudes.
No sé si es porque el libro es de un color más claro que los que lo rodean en mi estante o porque las palabras que escogió Cadenas para sus poemas son las que siempre resuenan con un eco bastante profundo en mi cabeza, haciendo vibrar hasta a mi torso; cualquiera de las dos opciones parece perseguirme y hacerme oler las flores de vez en cuando.