Una historia que me ví en la necesidad de contar.

Trance Vehicular

Jamás el hedor de la humedad había adquirido una cualidad tan dulce. Él siempre se sentaba junto a la ventana, en la segunda fila de puestos del bus de la cinco. Ella no pensó volverlo a ver nunca más, sin embargo pensó que esto era un desafortunado giro de acontecimientos.

Al compartir el espacio personal en los buses, pocas veces se forman lazos tan perdurables como los que su imaginación ató en el anterior viaje, donde él, con el calor particular que expedía su cuerpo y la mirada inconstante, viajaba en el anárquico vehículo de vuelta a casa.

Solo los permisos pedidos y concedidos eran la oración que imploraba la presencia del lenguaje, pero aún así ella lo podía leer, podía inferir en el gesto de sus manos una palabra, podía imaginar qué haría luego de bajarse siempre en la misma intransitable parada que le escindía las presencias. Sabía que verle cada día en el bus de las cinco era el título de la recopilación de cuentos que, sin sentido aparente, había acumulado en sus cinco sentidos. Sí, eso era él, un titulo, un hermético y fugaz título que resonaba con los beats que preñaban sus venas llenas de sensaciones.

Con frecuencia se preguntaba si debía alguna vez bajarse en la misma parada que él, pese a saber de antemano que quizás eso signifique cerrar el libro y hojear una biografía alternativa publicada por alguna editorial anónima; en su mente ya había repasado esa historia miles de veces.

Todo este trance se rompió abruptamente cuando la última página del libro trajo sus ojos, que la escudriñaron profundamente. Conociendo su destino, conociendo su parada, fluyeron en un espasmo de caos y se vertieron en la hora en la que el bus se detuvo para anunciar la última parada. Con toda la intención, tomaron la ruta de regreso y decidieron releerse el uno al otro, en un trance vehicular.

Antes de seguir

Figurándome Bartleby

Antes de seguir publicando más entradas torpes que discutan el tema de la literatura, me propongo a desarrollar las ideas que siempre tengo en la cabeza delante de ud, amigo lector, esas ideas que siempre se enmarañan y que casi siempre dejo para después. Soy una estudiante de literatura que, hasta los momentos, le falta algún trecho por recorrer, una pseudo-lectora, y esto lo acoto no por falsa humildad, sino por procurar mostrarme transparente, por vislumbrar una parte de mí que se puede sentir vulnerable en la oralidad y que la escritura viene a salvar de tal manera que ofrece una herramienta como el blog para no tener que ir en busca de cada persona que haya comprado el libro y destrozarlo, quemarlo o saber, inclusive, quién ha sido el lector de semejantes ideas que me he atrevido a escribir y que luego me parecerá una barbaridad. Entré a la literatura por una obligación gustosa que me mostró lo que tenían de humanos los libros, el universo que se escondía detrás de cada palabra.

Siempre me gustó escribir poemas, aunque lo hacía muy mal. El hecho de escribir un poco de palabras que tuviesen una musicalidad definida y que expresaran lo que tenía en la cabeza o, como pensaba siempre, en el corazón, era una idea totalmente atrayente. Cuando lo hacía, intentaba que fuese de un tema importante pero siempre terminaba escribiendo un poema de amor.


El caso es que, hoy, antes de empezar a escribir esto, acababa de dejar de leer unas cuartillas que escribí hace poco, intentando tener algo que me remitiera a las ideas que quiero escribir en esta entrada de blog. Recuerdo que empecé a escribir esas líneas a raíz de una serie de conferencias que estaban tomando lugar en el auditorio de mi facultad y que yo, como no tenía más nada que hacer, asistí. En la conferencia relataron sus experiencias de primer contacto con los libros profesores de mi escuela, entre los que se encontraba el profesor Mario Morales, cuyas clases siempre he disfrutado bastante. Él y otra profesora, tienen una relación bastante cercana de amistad, desde hace mucho tiempo, por lo que era obvia la razón por la que ella estaba ahí.

Creo que los textos más hermosos que he escrito se los debo a esa conferencia, a esa etapa de mi carrera en Letras donde me pregunté incesantemente, durante varios meses ¿Porqué leo? Al intentar responder esa pregunta, escribí el texto al que hago referencia al empezar esta reflexión. También recuerdo, dada mi reciente participación en un foro cuyo tema era “¿Cuál fue tu primer libro de Javier Marías?” que en esa misma conferencia, mientras participaba un profesor muy aburrido, la profesora Nílibe, esperando al Prof. Mario, se sentó cerca de mí y de sus manos saltaba a mi vista un libro de un autor que una amiga me había referido, al mismo Marías. La novela: El siglo. Dado mi aburrimiento, decidí hojear el libro a ver que me ofrecía. Terminé de leer el primer capítulo cuando la intervención de este profesor tan pesado terminaba. No podía despegarme de él aunque la profesora se tenía que ir y con ella su libro. Opinando sobre el tema en el foro, escribí una de las opiniones más conmovedoras que yo haya tenido sobre Javier Marías.

Con mucho ahínco, quisiera preguntarme todos los días el porqué de mi lectura. Cada vez que tengo que redactar opiniones sobre los libros que he leído obligatoriamente, me indisciplino y busco leer otra cosa. Seré otro de los Bartlebys de Melville o quizás uno de Vila-Matas, negándome continuamente al mundo, a la literatura.

Blancuscos talleres y Montejo.

Narrar las experiencias vividas en la poesía puede liberar la tinta para crear un poema. Probablemente vivir las experiencias sea una mejor forma de ser libertador de poemas, aunque no siempre sea de esa manera, aunque no siempre se “vivan”. ¿La vocación poética nace o se hace? La poesía es, quizás, el género literario más complejo dentro de la literatura, en la poesía convergen todos los géneros literarios; en la poesía se refleja la vida misma del autor, tal como refleja Montejo profuso dentro de las nieves nutricias de su taller de poesía donde aprendió a relatar y a contar y a poetizar.

“En cuanto a mi, he dicho que no asistí a ningún lugar donde ganarme la experiencia del oficio. Así menos porque lo creía, lo he repetido. Quiero rectificar ahora este vano aserto pues no había reparado en que, siendo niño, muy niño asistí intensamente a uno. Estuve mucho tiempo en el taller blanco” Eugenio Montejo en El taller blanco.
¿Será que cada uno de los entes humanos de este planeta nos metemos en alguna etapa temprana de nuestra vida dentro de ese taller, llámese blanco, verde, azul…? ¿Acaso nos damos cuenta, alguna vez alguien sin libros publicados se dio cuenta de ese taller de poesía en donde estuvo inmerso? Los viajes del alma hasta la estratosfera literaria donde está la poesía turban al lector, marean al autor y le roban la tinta.

A veces se camina por la vida sin tener conciencia de las palabras que decimos, algún poeta, que si lo hace, tomará nuestras retóricas y las firmará como suyas, pero sabiendo que en el taller transparente las aprendió a usar, que en ese taller transformó lo poético en poemas. “Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida. Solo en el poema la poesía se aísla y revela plenamente.” Octavio Paz en El arco y la lira.


Lo poético de la fragancia resinosa, o los canastos de pan, capturado dentro unos cortos vocablos. Si quisiera referirme al “árbol plantado junto a la acera de la cuadra donde resido”, bastaría con esa descripción, para muchos; el poema es algo más que “para muchos”, busca ser algo más que ese “árbol”, el árbol es, más bien, ese estado amorfo del que habla Paz. Tal vez para el lector el árbol se cimiente mejor al agregarle, por ejemplo, mis experiencias de la infancia, cuando jugaba junto al árbol, cuando escribí mi nombre junto al de mi novio en su corteza…

Envolverse las manos con harina, como el mago que prepara su acto y se envuelve las manos para hacer magia, envolver la pluma en tinta para hacer magia. ¿No tiene el poeta las mismas preocupaciones que un carpintero, un artesano, un herrero o un panadero? Sus poesías necesitan de la madera, del fuego, del barro, necesitan de los frutos de la tierra, de los frutos de su alma y de su ser entero para existir. Palmo a palmo, palabra a palabra, tabla a tabla. En el taller transparente, donde se respira en cada suspiro el pasado del futuro, se paren las palabras que todos los poetas han expuesto para ser hurtadas por ellos mismos.

El poema no se construye sino a través de la poesía, la poesía es lo impreciso del taller blanco, o del incoloro. En un poema se aúnan los hornos con el papel, los clavos con las íes, los óleos con las metáforas. Suma preocupación de los poetas para crear la historia del pasado.

Junio del 2006

Enrique Vila-Matas

Escuchar a Vila-Matas hablando de literatura no tiene precio.