Camino perforando el frío
pateando este angosto cuarto
que me discrimina los pies.
Lo sacudo y me deslizo en el suelo
con una sublime puñalada de nieve
que importo de estos labios
ojerizos
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Suelo pasar mis ratos libres, o más bien, los ratos que quiero hacer libres en la sala de mi casa, cuarto que es accesible desde cualquier punto de vista, donde, en el espacio que deja la puerta delantera de la casa con el techo, hay un reloj de pared. Me paso la mayoría de ese tiempo libre reuniendo cosas en mi cabeza para pensar o dejarlas regadas en la memoria. Muchas veces tengo conversaciones acerca de estos tópicos. ¿Con quién hablo? Con el reloj de pared. No importa donde esté, siempre le hablo al reloj de pared como si fuese una persona, una entidad que puede comprender lo que le digo y que hará los mismos gestos de aprobación o desaprobación que yo. Largas y amigables conversaciones he tenido con ese reloj, pero me falta intimidad en la sala para poder tener una buena relación con él. Ayer lo quité de donde estaba y lo puse debajo de mi colchón.
Es inútil imaginar que uno se enamore por una correspondencia espiritual o intelectual; el amor es el incendio de dos almas empeñadas en crecer y manifestarse independientemente. Es como si algo explotara sin ruido en cada una de ellas. Deslumbrado e inquieto, el amante examina su experiencia o la de su amada; la gratitud de ésta, proyectándose erróneamente hacia un donante crea la ilusión de que está en comunión con el amante, pero es falso: Es objeto amado no es sino aquel que ha compartido simultáneamente una experiencia, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes. Todo ellos puede preceder a la primera mirada, al primer beso o contacto; precede la ambición, al orgullo y a la envidia; precede a las primeras declaraciones que marcan el instante de la crisis, porque a partir de allí el amor degenera en costumbre, posesión y regresa a la soledad. (Durrell: 64)
Hace poco tiempo debía realizar un ensayo acerca de un libro que había leído para una clase. Al no poder pensar en nada, opté por ver una película, una de mis favoritas: Waking life de Richar Linklater. Este film siempre despierta a mis neuronas, pero esta vez la reflexión que pude percibir, la tuve por escrito.
En una de las escenas, dos personajes, mujeres, están sentadas en un café hablando sobre la regeneración celular. Decían que nuestras células se regeneran en los seres humanos cada 7 años. Cada 7 años termina un ciclo importante de la vida del ser humano.
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