Viscosidades temporales.

Suelo pasar mis ratos libres, o más bien, los ratos que quiero hacer libres en la sala de mi casa, cuarto que es accesible desde cualquier punto de vista, donde, en el espacio que deja la puerta delantera de la casa con el techo, hay un reloj de pared. Me paso la mayoría de ese tiempo libre reuniendo cosas en mi cabeza para pensar o dejarlas regadas en la memoria. Muchas veces tengo conversaciones acerca de estos tópicos. ¿Con quién hablo? Con el reloj de pared. No importa donde esté, siempre le hablo al reloj de pared como si fuese una persona, una entidad que puede comprender lo que le digo y que hará los mismos gestos de aprobación o desaprobación que yo. Largas y amigables conversaciones he tenido con ese reloj, pero me falta intimidad en la sala para poder tener una buena relación con él. Ayer lo quité de donde estaba y lo puse debajo de mi colchón.

Entre Durrell y el cine contemporaneo


Lawrence Durrell escribe en su brillante inicio del cuarteto de Alejandría, el tomo llamado Justine, un fragmento muy iluminador en torno a la vida, un pasaje que tiene el personaje principal, la misma Justine, en su diario:

Es inútil imaginar que uno se enamore por una correspondencia espiritual o intelectual; el amor es el incendio de dos almas empeñadas en crecer y manifestarse independientemente. Es como si algo explotara sin ruido en cada una de ellas. Deslumbrado e inquieto, el amante examina su experiencia o la de su amada; la gratitud de ésta, proyectándose erróneamente hacia un donante crea la ilusión de que está en comunión con el amante, pero es falso: Es objeto amado no es sino aquel que ha compartido simultáneamente una experiencia, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes. Todo ellos puede preceder a la primera mirada, al primer beso o contacto; precede la ambición, al orgullo y a la envidia; precede a las primeras declaraciones que marcan el instante de la crisis, porque a partir de allí el amor degenera en costumbre, posesión y regresa a la soledad. (Durrell: 64)


Las palabras de Durrell levitan en mi memoria haciendo iniciando un rally de emociones. Hace poco ví una película en donde las cosas reales son más extrañas aún que la misma ficción, en donde hay un personaje real cuya vida está siendo escrita por una autora que vive en la misma ciudad que él. No puedo evitar sentirme como Harold, mi vida está siendo escrita en algún lugar de la misma ciudad.Quiero pensar que no está siendo escrita, sino que está siendo pensada, al menos. La palabra escrita tiene mucha más densidad que la pensada, pero es mucho más volátil.

Advierto el peso de unas manos que escriben mi destino, que el amor que tengo en este momento es como las palabras: cuando lo escribo parece totalmente trascendente. Cuando lo pienso, pierde el valor que de verdad tiene, lo malo es que aún no estoy muy segura del valor de este amor que estoy viviendo. Luego de ver Stranger Than Fiction solo contacté a uno de mis amigos, el que me la recomendó. No pude evitar enviarle un mensaje de texto, para decirle que, en el mismo momento que el personaje principal de la película ajustaba su reloj a las 6:18, mi reloj dio la misma hora. Entre Harold Crick y yo hay una conexión ineludible: Los dos formamos parte de un mundo casi matemático en el que no tenemos sueños, o al menos los tenemos, pero no nos esforzamos en hacerlos realidad. Harold Crick y yo soñamos muy profundamente y los dos sentimos, en algún momento de la historia, que nuestra vida está escrita por algún escritor genial, que se encargó de armar todas las piezas para darnos un final muy irónico, pero brillante al mismo tiempo. Justine clama que el amor se enciende con dos flamas que buscan crecer y ser independientes, pues creo que esas, de ahora en adelante, serán mis relaciones. Nada se puede dar por sentado, nada es para siempre, porque ni siquiera nuestra mera existencia es para siempre. Entre dos personas el amor no puede durar para siempre, porque si claman que duró, no es amor, es costumbre o un camino de vuelta a la soledad.

El hombre continuamente pretende que va más allá del límite del tiempo. Quiere combatir la inmortalidad con una característica que lo lleve más allá de su misma muerte. En esa búsqueda, él amor se presenta como una hipótesis, ahí es donde entra Justine.

La mirada pictórica. La obra de Francisco Hung vs. El contexto cultural y racial del artista.


Mirar la obra de Francisco Hung enclaustrada en un museo es una prueba de las muchas miradas pictórica que puede presentar a los espectadores el arte plástico.

Este maracucho hecho con materiales provenientes de continente asiático se muestra a sí mismo en la obra: La representación de escenas íntimas familiares en tinta china sobre papel chino es una doble desnudez. Hung se autorretrata en cuerpo y alma, en herencia, en esencia.

Las escenas del mundo personal del artista se vulneran ante el lector de arte: Sus personajes, inclusive él mismo, se despojan de toda vestidura acrílica, de trazos que estén de más o de colores que sobran. El trazo espontáneo que compone la transitoriedad de la vida es lo que hace que el dios artista procure, con pocos visos, exponer a la escudriño de la víctima artística las líneas que dividen su realidad de la visión paralela del arte.

Yo, siendo partícipe del arte solo en los salones de clase, me dibujo ante las líneas que me sugiere Hung. La mirada poética es una aliada en la contemplación y la visita al museo te despide despojado de cualquier ropaje prejuicioso, al mismo tiempo que te regala otras ropas, dándoles tu el nombre que quieras.

La vida, el cine, el tiempo. Una mirada a Waking Life

Hace poco tiempo debía realizar un ensayo acerca de un libro que había leído para una clase. Al no poder pensar en nada, opté por ver una película, una de mis favoritas: Waking life de Richar Linklater. Este film siempre despierta a mis neuronas, pero esta vez la reflexión que pude percibir, la tuve por escrito.

En una de las escenas, dos personajes, mujeres, están sentadas en un café hablando sobre la regeneración celular. Decían que nuestras células se regeneran en los seres humanos cada 7 años. Cada 7 años termina un ciclo importante de la vida del ser humano.


Es extraño pensar que si nuestras células se regeneran cada 7 años, quiere decir que cuando cumplí 7 dejé de ser un bebé y me convertí en una niña, cuando cumplí 14 dejé de ser una niña y me convertí en una adolescente, al cumplir los 21 dejaré de ser una adolescente y empezaré a convertirme en una persona adulta… Ese pensamiento me aterra, pues estoy pasando por lo que llamaré un período sabático de mi vida en el cual no sé dónde estoy parada, increíblemente parecida a la etapa cuando tenía 13 años, que buscaba encontrarme a mí misma, para poder enfrentar las situaciones de mundo con toda libertad, con ese libre albedrío imaginario que sostenemos…

Las respuestas están en el aire, como si estuviesen ahí para que yo las tomara y viviera de las experiencias de los demás… He llegado a una etapa de reconocimiento de mí misma, en donde tengo que aislarme para poder analizar lo que ha estado pasando en mi vida y qué camino voy a tomar de ahora en adelante. Creo, es el pensamiento que llevo más firme en mi existencialidad, que debo recapitular mi vida y ver hacia adónde me está llevando todo esto…

Hace 7 años me miré en el espejo y busqué decirme algunas palabras de las que no estaba segura cual fuese su significado. No encontraba otras sino muchas hirientes, que no me hacía bien decirlas, pero creo que por amor a la oralidad siempre lo hice, no importaba que palabras dijese, siempre eran palabras. Palabras que olían a antiguo. Palabras que aún recorren los pasillos de mi cabeza, buscando alguna puerta que las conduzca al exterior.